Desafíos del metaverso para nuestra privacidad

Desafíos del metaverso para nuestra privacidad

Durante los últimos tiempos, y como principal proyecto de cara a los próximos años de la compañía “Meta” -antes conocida como Facebook-, el concepto de metaverso no deja de retumbar en el imaginario popular y, aunque todavía se encuentre en una fase temprana de desarrollo, compañías de todo el mundo están apostando por hacerse su propio hueco en el que posiblemente sea el futuro de internet. Su potencial, casi ilimitado, ha propiciado el inicio una nueva etapa de desarrollos tecnológicos que, si bien, traen consigo su contraparte de riesgos económicos, sociales y, muy particularmente, cibernéticos, afectando de manera muy intrusiva a la privacidad y seguridad de la información de los usuarios.

En este momento te estarás preguntando, pero ¿qué es exactamente el metaverso? Aunque no exista en sí misma una definición canónica del metaverso, podemos definirlo como el espacio virtual, surgido de la unión entre el mundo físico y de internet mediante el empleo de diversas tecnologías (gafas de realidad virtual, gafas de realidad aumentada, guantes y otras prendas o dispositivos hápticos, etc.) donde el usuario se sumerge e interactúa con otras personas y elementos replicando el mundo real con consecuencias y repercusiones en ambas esferas. Este, como así ha afirmado uno de sus principales propulsores, Mark Zuckerberg, es el objetivo del metaverso, la consecución de una nueva realidad equiparable al mundo físico, donde los usuarios puedan desarrollar cualquiera de las actividades del mundo cotidiano e innoven y descubran nuevos ámbitos de desarrollo humano. Las diferentes posibilidades solo se topan con nuestra propia imaginación (comercio electrónico, finanzas, arte, trabajo, videojuegos, salud, interacción social, enseñanza…)

Durante los últimos tiempos, y como principal proyecto de cara a los próximos años de la compañía “Meta” -antes conocida como Facebook-, el concepto de metaverso no deja de retumbar en el imaginario popular y, aunque todavía se encuentre en una fase temprana de desarrollo, compañías de todo el mundo están apostando por hacerse su propio hueco en el que posiblemente sea el futuro de internet. Su potencial, casi ilimitado, ha propiciado el inicio una nueva etapa de desarrollos tecnológicos que, si bien, traen consigo su contraparte de riesgos económicos, sociales y, muy particularmente, cibernéticos, afectando de manera muy intrusiva a la privacidad y seguridad de la información de los usuarios.

En este momento te estarás preguntando, pero ¿qué es exactamente el metaverso? Aunque no exista en sí misma una definición canónica del metaverso, podemos definirlo como el espacio virtual, surgido de la unión entre el mundo físico y de internet mediante el empleo de diversas tecnologías (gafas de realidad virtual, gafas de realidad aumentada, guantes y otras prendas o dispositivos hápticos, etc.) donde el usuario se sumerge e interactúa con otras personas y elementos replicando el mundo real con consecuencias y repercusiones en ambas esferas. Este, como así ha afirmado uno de sus principales propulsores, Mark Zuckerberg, es el objetivo del metaverso, la consecución de una nueva realidad equiparable al mundo físico, donde los usuarios puedan desarrollar cualquiera de las actividades del mundo cotidiano e innoven y descubran nuevos ámbitos de desarrollo humano. Las diferentes posibilidades solo se topan con nuestra propia imaginación (comercio electrónico, finanzas, arte, trabajo, videojuegos, salud, interacción social, enseñanza…)

Amenazas y desafíos para la privacidad y la protección de datos

Tal y como indica la Agencia Española de Protección de Datos en su artículo acerca del Metaverso, esta realidad involucra al usuario en casi la totalidad de las dimensiones (social, económica, política, física o emocional) “hasta virtualizar todos los aspectos de desarrollo del individuo extendiendo los datos recogidos a la información no verbal y biométrica” traduciéndose, por tanto, en una ingente cantidad de datos personales que podríamos ceder, tanto voluntaria como involuntariamente, al conjunto de empresas que operan de una manera u otra en el metaverso. A modo de ejemplo, encontramos desde los datos identificativos “reales”, como de la identidad digital única que tendremos, datos económicos, técnicos, emocionales, biométricos obtenidos a partir del uso que le demos a los accesorios, metadatos, gustos, aficiones… de tal manera que la perfilación de nuestra identidad alcanzará cotas casi inimaginables, desvelando datos que ni siquiera nosotros mismos conocemos o quisiéramos revelar y capacitando a cualquier poseedor de estos una ventaja competitiva muy significativa gracias a la ultrapersonalización de las campañas ya sean de marketing, sociales o políticas.  

Podemos ahora desgranar, en base al artículo de la AEPD, algunas de las tecnologías implicadas en el metaverso para poder hacernos una idea de las dificultades que se plantean tanto para los usuarios como para los legisladores el intentar regir este futuro mundo:

  • Tecnologías de realidad virtual (VR), aumentada (AR) y mixta (MR), o en su conjunto realidad extendida (XR).
  • Monedas virtuales, criptomonedas y tokens, con un ecosistema que lo posibilitan.
  • Técnicas de identidad digital.
  • Técnicas de entidad digital o avatares, y su interacción realista que proyectan los movimientos de los usuarios y las expresiones faciales.
  • Los NFT (tokens no fungibles), que son activos digitales: acciones, artículos de arte, juegos, entradas para eventos digitales, propiedades, terrenos…
  • El Internet de las cosas, IoT, wearables (gafas, cascos, guantes hápticos, joysticks, Smart watches, sensores, etc.) y los interfaces neuronales (Interfaces cerebro-computador, BCI), como fuentes de información para la interacción físico-virtual, que permiten el tratamiento de características biométricas.
  • La Inteligencia Artificial (IA), esencial para responder al comportamiento en el mundo real, habilitar una interacción inteligente entre los usuarios y avatares, y toma de decisiones y perfilados.
  • Infraestructura de redes de datos distribuidas y descentralizadas como el blockchain, 5G, cloud o Edge computing.

Todas estas tecnologías, que permiten una interacción inmersiva en los espacios virtuales, una identidad digital e incluso una propiedad de activos con un mercado de intercambio, ya suponen un desafío hoy en día con sus propios riesgos para los derechos y libertades de los usuarios y, por tanto, su interrelación en el metaverso abre la puerta a nuevas amenazas como la vigilancia masiva, perdida de autonomía, discriminación, suplantación de identidad, tráfico de datos o incluso riesgos físicos a la salud e integridad personal.

Por su parte, otro de los riesgos a tener en cuenta es su especial penetración entre la población más joven, incluso menor de edad, de carácter más vulnerable por su menor capacidad para identificar todos los riesgos y la relevancia que implica el uso de estas tecnologías.

Además, el diseño del metaverso, dirigido a ser interoperable, sin fronteras, persistente y escalable, sumado a los extremos vistos, permite que se puedan llegar incluso a tratar nuevas categorías de datos con una mayor granularidad y precisión. Las interfaces neuronales, información del iris o de la piel extraída por los wearables, análisis proxémicos de nuestra comunicación no verbal o postural pueden llegar a arrojar datos acerca de nuestra salud física y emocional. Tratamientos realizados en un ecosistema donde se desdibujan las responsabilidades, resultando muy costoso identificar quien ejerce el rol de responsable o encargado de tratamiento, con un incremento significativo de las transferencias internacionales de datos y unas mecánicas que dificultan tanto la provisión de la información necesarias a los interesados como la recabación de su consentimiento para cada propósito específico.

Por último, la gobernanza que se plantea en el metaverso, muy posiblemente basada en la tecnología descentralizada del blockchain también presenta problemas y, al igual que sucede en los conocidos como “smart contracts”, la ejecución de las reglas se realizará de una forma automática, aplicada por algoritmos, que desplace casi en su totalidad a la intervención humana.

Ante todo ello, los organismos internacionales y los legisladores nacionales han de ponerse manos a la obra para tratar de mitigar los riesgos que esta nueva tecnología presenta para el conjunto de usuarios de internet, reforzando la normativa vigente que, si bien abarca en buena medida estas tecnologías, puede quedarse atrasada respecto a las novedades que lleguen a presentarse. Como muestra de esta labor ya podemos encontrar unas primeras aproximaciones por parte de las Instituciones Europeas hacia la problemática del metaverso.

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